Cuentan los libros de historia que el primer español que vio jugar tejo se quedó deslumbrado. Fue el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada cuando, hace más de 500 años, llegó a Turmequé, un pueblo de la zona andina colombiana, vio cómo los indígenas jugaban lanzando unos discos de oro puro de un extremo a otro. Para entonces sólo se interesaron por traer el oro, por lo que el deporte no atravesó el Atlántico. Pero hoy, cuando han transcurrido más de cinco siglos, el tejo -declarado por el Congreso de la República de Colombia deporte nacional desde junio de 2003- desembarcó en España y ha sido, curiosamente, un español el que lo trajo a estas tierras: Fernando Gómez. Él es un madrileño que ha viajado en varias oportunidades a Colombia y, al igual que su paisano, el conquistador, quedó impresionado por el tejo, pero no porque se juegue con discos de oro puro, pues ya no es así, sino por la cantidad de horas que pueden pasar los colombianos jugando este deporte. “Pensé que con tantos colombianos que viven en España sería muy buen negocio colocar unas canchas aquí”. Y así fue. Luego de asesorarse con la Federación Colombiana de Tejo y de conocer las medidas reglamentarias instaló en suelo español las primeras canchas de la versión moderna del “Turmequé de los indígenas colombianos”.
El tejo es un deporte que se juega entre dos equipos de 4 ó 5 jugadores. Consiste en lanzar tejos (discos de hierro templado que pesan desde medio kilo hasta kilo y medio, dependiendo el gusto del jugador) desde una distancia de 19 metros a un cajón de 60 centímetros cuadrados relleno de arcilla y que en la parte superior tiene dos mechas (pequeños sobres con pólvora) y un aro. El objetivo es hacer el mayor número de puntos posibles y se hacen reventando las mechas o introduciendo el tejo dentro del aro que hay en el centro de la cancha.
El tejo es un deporte popular en Colombia y es más usual ver canchas en los barrios de clases medias y bajas o en los pueblos. Por eso encontramos casos como el de Daniel Vargas González, un bogotano que había jugado tan solo un par de veces tejo a lo largo de sus 44 años de vida en Colombia. “Me movía en un círculo de gente donde no era muy bien visto jugar tejo. Por eso nunca lo había practicado, pero un paisano que conocí aquí en España me ha enseñado a jugar y ahora cada 8 días voy a jugar tejo. Es tan entretenido que me voy a montar mis propias canchas”.
Algo parecido le pasó a Mauricio Estupiñán Jaramillo, caleño, encargado de hacer el mantenimiento a seis canchas de tejo en Madrid. En su país trabajaba como taxista y, aunque su suegro tenía unas canchas de tejo, no era su especialidad. Sin embargo lo poco que pudo aprender del negocio le ha servido aquí pues además de darle el punto exacto a la arcilla de las canchas él es quien hace las mechas. “Aquí en España no se venden así que aquí las tengo que hacer con pólvora y otros ingredientes pues el tejo sin el sonido y el olor característicos que produce el estallido de la mecha no es tejo”, dice Mauricio.
El tejo es, quizá, uno de los pocos deportes que se practica acompañado por una cerveza o una bebida alcohólica. En las canchas de tejo de los barrios colombianos es típico que un grupo de amigos se reúnan a jugar tejo y pidan una canasta de cerveza -30 botellas- y van lanzando y bebiendo simultáneamente. El equipo perdedor es quien paga la cuenta de la cerveza consumida. Pero, claro está, en los campeonatos oficiales no está permitido el consumo de licor y así nos lo ratifican Rodrigo Manchola y José Molina, dos venezolanos que no pierden domingo para practicar su deporte favorito en España. “Yo pertenecía a la selección de mini-tejo del Táchira, en Venezuela, y en los torneos no se podía tomar ninguna bebida alcohólica. Ya en el barrio la cosa era diferente, nos la pasábamos de 8 de la mañana a 8 de la noche en las canchas” dice Rodrigo.
José agrega: “Llegué en mayo a España y me dio mucha alegría cuando descubrí una cancha para poder practicar el tejo pues ya llevaba dos meses y medio sin jugar y me hacía mucha falta”. Los testimonios de estos dos venezolanos muestran cómo el tejo ha traspasado fronteras. Y así debe ser según el Congreso Colombiano que decretó que una de las funciones de la Federación de Tejo es la de promover este deporte como símbolo cultural y patrimonio de Colombia en el interior y exterior del país.
Es un deporte que practican más los hombres pero también hay mujeres que lo juegan como Marilse Parra, una colombiana que vive desde hace dos años en España y que de vez en cuando juega tejo: “Me encanta jugar aquí por que me hace sentir, por una tarde, que estoy en mi tierra” dice. Carlina Quiroga, nació en Santander, Colombia, y cuenta que aprendió a jugar tejo a la fuerza, pues su esposo cada 8 días iba a la cancha y ella lo acompañaba: “Un día estábamos varias mujeres esperando que nuestras parejas terminarán de jugar y controlando que no se fueran a pasar de copas, dice entre risas, cuando una de ellas sugirió que pidiéramos una cancha y jugáramos un partido. Desde entonces conformamos un grupo muy bueno, tan bueno que quedamos subcampeonas en un torneo intermunicipal”.
Los indígenas llamaban a este deporte el juego del Turmequé y al disco de oro lo llamaban “Zepguasgoscua”. Este elemento luego fue sustituido por un disco de piedra hasta llegar al que se usa hoy en día. Mientras los indígenas jugaban consumían chicha.
Reventar una mecha con un lanzamiento da 3 puntos, meter el tejo dentro del aro se llama embocinada y da 6 puntos y la moñona, que suma 9 puntos, consiste en embocinar y reventar mecha a la vez.
El tejo es un deporte que se juega entre dos equipos de 4 ó 5 jugadores. Consiste en lanzar tejos (discos de hierro templado que pesan desde medio kilo hasta kilo y medio, dependiendo el gusto del jugador) desde una distancia de 19 metros a un cajón de 60 centímetros cuadrados relleno de arcilla y que en la parte superior tiene dos mechas (pequeños sobres con pólvora) y un aro. El objetivo es hacer el mayor número de puntos posibles y se hacen reventando las mechas o introduciendo el tejo dentro del aro que hay en el centro de la cancha.
El tejo es un deporte popular en Colombia y es más usual ver canchas en los barrios de clases medias y bajas o en los pueblos. Por eso encontramos casos como el de Daniel Vargas González, un bogotano que había jugado tan solo un par de veces tejo a lo largo de sus 44 años de vida en Colombia. “Me movía en un círculo de gente donde no era muy bien visto jugar tejo. Por eso nunca lo había practicado, pero un paisano que conocí aquí en España me ha enseñado a jugar y ahora cada 8 días voy a jugar tejo. Es tan entretenido que me voy a montar mis propias canchas”.
Algo parecido le pasó a Mauricio Estupiñán Jaramillo, caleño, encargado de hacer el mantenimiento a seis canchas de tejo en Madrid. En su país trabajaba como taxista y, aunque su suegro tenía unas canchas de tejo, no era su especialidad. Sin embargo lo poco que pudo aprender del negocio le ha servido aquí pues además de darle el punto exacto a la arcilla de las canchas él es quien hace las mechas. “Aquí en España no se venden así que aquí las tengo que hacer con pólvora y otros ingredientes pues el tejo sin el sonido y el olor característicos que produce el estallido de la mecha no es tejo”, dice Mauricio.
El tejo es, quizá, uno de los pocos deportes que se practica acompañado por una cerveza o una bebida alcohólica. En las canchas de tejo de los barrios colombianos es típico que un grupo de amigos se reúnan a jugar tejo y pidan una canasta de cerveza -30 botellas- y van lanzando y bebiendo simultáneamente. El equipo perdedor es quien paga la cuenta de la cerveza consumida. Pero, claro está, en los campeonatos oficiales no está permitido el consumo de licor y así nos lo ratifican Rodrigo Manchola y José Molina, dos venezolanos que no pierden domingo para practicar su deporte favorito en España. “Yo pertenecía a la selección de mini-tejo del Táchira, en Venezuela, y en los torneos no se podía tomar ninguna bebida alcohólica. Ya en el barrio la cosa era diferente, nos la pasábamos de 8 de la mañana a 8 de la noche en las canchas” dice Rodrigo.
José agrega: “Llegué en mayo a España y me dio mucha alegría cuando descubrí una cancha para poder practicar el tejo pues ya llevaba dos meses y medio sin jugar y me hacía mucha falta”. Los testimonios de estos dos venezolanos muestran cómo el tejo ha traspasado fronteras. Y así debe ser según el Congreso Colombiano que decretó que una de las funciones de la Federación de Tejo es la de promover este deporte como símbolo cultural y patrimonio de Colombia en el interior y exterior del país.
Es un deporte que practican más los hombres pero también hay mujeres que lo juegan como Marilse Parra, una colombiana que vive desde hace dos años en España y que de vez en cuando juega tejo: “Me encanta jugar aquí por que me hace sentir, por una tarde, que estoy en mi tierra” dice. Carlina Quiroga, nació en Santander, Colombia, y cuenta que aprendió a jugar tejo a la fuerza, pues su esposo cada 8 días iba a la cancha y ella lo acompañaba: “Un día estábamos varias mujeres esperando que nuestras parejas terminarán de jugar y controlando que no se fueran a pasar de copas, dice entre risas, cuando una de ellas sugirió que pidiéramos una cancha y jugáramos un partido. Desde entonces conformamos un grupo muy bueno, tan bueno que quedamos subcampeonas en un torneo intermunicipal”.
Los indígenas llamaban a este deporte el juego del Turmequé y al disco de oro lo llamaban “Zepguasgoscua”. Este elemento luego fue sustituido por un disco de piedra hasta llegar al que se usa hoy en día. Mientras los indígenas jugaban consumían chicha.
Reventar una mecha con un lanzamiento da 3 puntos, meter el tejo dentro del aro se llama embocinada y da 6 puntos y la moñona, que suma 9 puntos, consiste en embocinar y reventar mecha a la vez.
En Madrid ya se puede disfrutar en el Restaurante el Tejo.
Publicado en Ocio Latino
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